Jalapa, mi habitación durante invierno.
Empezar y terminar son cosas similares.
Así lo veo yo. Ambas, suponen un extremo en muchos sentidos: en el temporal, en el espacial, espiritual para varios contextos. Vida y muerte, vil mente reducidos a eso. Pero no son nada. Lo verdaderamente complejo, y jodido, es lo de en medio. El proceso.
El verdadero problema de la
filosofía es el suicidio, decía Camus en su tesis principal con la cual se
puede reducir el absurdo. Pero ese único problema de la filosofía no es más que
el problema de cómo afrontar el proceso, si vale la pena este en comparación a
los dos extremos. Las líneas de este texto podrían profundizar más sobre estos
lineamientos abstractos, pero no se me hace correcto: por ello, hablaré de
películas.
Aunque amo el cine, y me dedico a la exhibición de cine, he de confesar que verlo es tedioso. Odio el acto de ver cine. En mi cerebro (y esto pudo crearse durante pandemia) procesar el hecho de media hora de traslado o búsqueda de una película, más una hora, dos… tres horas de película me abruma considerablemente. La decisión de ver una película es no optar por todas las posibilidades de decisión que puedo tener en ese tiempo. Siento que “pierdo el tiempo”.
Empero, mis películas favoritas, y las que consumo, son idealmente aquellas donde el tiempo es empleado de forma no convencional.
A Ghost Story (2017) una
película de David Lowery producida por A24, es mi segunda película
favorita y es leeeenta. Es una película donde un personaje observa a otro comer
un pay durante 8 minutos. Así. Arriba de ella, está Cashback (2007)
de Sean Ellis que es una película terrible, espantosa en guion, foto,
etc. pero que me encanta enfermizamente. Y recientemente vi Drive My Car
(2021) de Ryusuke Hamaguchi que es una película que no llega a nada, sin
final claro, y planos largos de traslados y conversaciones. Todas ellas me
gustan.
Ese es el
tipo de película que consumo por una razón: no llevan a nada, y ese es el
chiste. Uno no necesita ver un arco de personaje tremendo, ni complejas historias
ni cosas parecidas al eye candy cinematográfico. Imitan muy bien a la
vida en el sentido de que el diablo está en los detalles y en los momentos
comunes. Uno bien puede sentir la vida en los triunfos o en los momentos
desgarradores, sí, y está bien. Pero uno crece cuando algunas verdades internas
se digieren durante un viaje en autobús. Hoy caminando pensé en ello. Por algo
las personas tienen grandes ideas mientras se bañan. Y eso es grato de verlo en
pantalla. Uno no puede explicar en su mayoría cuando se dio cuenta de aquellas
verdades fundamentales, porque van saliendo poco a poco. Pieza a pieza.
Este también es un proceso que no tiene fin. Estas películas no pretenden dar arcos terminados porque algo como ello es falso. Lo único que está terminado, clausurado, con un final, está muerto. ¿Qué tanto habrás de superar a tu ex si siguen saliendo comentarios a una dinámica que hacían juntos? ¿Cómo olvidarás aquel amigo, el cual ya no está, pero su gusto musical sí? ¿En serio pretendes que crea que aquel maestro que influyó en tu carrera nunca más estará en tu vida? La vida se trata en parte en eso.
Las cosas no tienen principio, y no tienen final.
Son un proceso dominó derivado desde el día de tu concepción, e incluso
ese depende de otro que no es diferente. Al empezar el proceso estás abriendo la
posibilidad a que se vuelva un recuerdo, y el recuerdo es volver a vivirlo.
Hoy me entero de que mi artista favorito se encuentra mal de salud y que ha cancelado su gira. “Hasta siempre”, dice su comunicado, refiriéndose a su tal vez alguna vez decente condición física. Nunca lo vi tocar en vivo, y para ser sincero, creo que nunca pasará. Pero uno no escucha la música de alguien pensando en ello.
Uno vuelve a ver una película independientemente si ya sabe el final. Lo importante no es el final sino el proceso. Para terminar, en una relación donde iba a casarme, ella, tan ansiosa como siempre fue, constantemente pensaba en lo doloroso que resultaría nuestra ruptura. Yo por su parte, pensaba en lo hermosa que sería nuestra boda.
Ahora, y constantemente llega a mí la única pregunta que vale la pena hacerse...
¿qué tanto me habré perdido por pensar en el final?
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