Al escribir pienso siempre en el resultado...

Objetos bellamente acabamos, definidos por un propósito y con la mejor calidad posible. Esa serĆ­a mi producción si hubiera alguna. O tal vez no, tal vez serĆ­a torpe, sin chiste y de dudosa procedencia. Pero nunca lo sabrĆ©. Constantemente mi quehacer se resume en escribir una idea, desarrollarla y al cabo de unos 45 minutos cuando hay algo mĆ”s que un borrador prosigo a dejar caer el peso de mi exigencia en la tecla de borrar. Me autosaboteo con el fin de ahorrarme una hipotĆ©tica vergüenza: ā€œquĆ© dirĆ”n de mĆ­ si leen, ven, escuchan estoā€. La respuesta ególatra serĆ” que nada, que quĆ© me debe de importar, pero esa es una mĆ”scara. El centro del sĆ­ndrome del impostor yace la verdadera pregunta: ā€œquĆ© pondrĆ” en duda de mĆ­ esto que he creadoā€.

 

Nuestras creaciones son parte de nuestra persona y me da gracia que mi documento de Word donde anoto mis ideas se llame ā€œsala de incubaciónā€. OjalĆ” todas ellas salieran y se desarrollaran, sin embargo, sĆ© que no serĆ”n mĆ”s de lo que ahora son. (MatabebĆ©s). Por eso mismo veo bien compartir este hilo de pensamiento. Esperando el momento exacto donde pueda crear un escrito ā€œrealmente buenoā€ se me irĆ” la vida, ignorarĆ© mis demĆ”s momentos, ignorarĆ© la vida completa. No hay un buen o mal escrito…bueno a decir verdad sĆ­ los hay pero ese no es el punto. 


El punto es que ya no quiero escribir bien, quiero escribir a secas.


Así mismo, pienso qué momentos mÔs he dejado pasar por aplicar la misma lógica en todo. Porque la vergüenza es como la humedad en Xalapa; produce hongos, pudre los objetos, apesta tu persona: para los que vivimos ahí resulta imposible notar sus efectos. EstÔn normalizados en nuestra costumbre. Ir en contra de esa costumbre suena, a mis 23 años, como un buen pretexto para empezar a vivir de nuevo. Hoy el control de calidad se fue de sabÔtico cariño y la exigencia a mis productos le pasó lo que al Pirata de CuliacÔn. Que chingue a su madre quien no haya escrito esto antes.