Pequeño texto de sala
La sala de las casas no es el centro de la intimidad, ni el cuarto donde duermes, ni el baño donde cagas. La intimidad se encuentra en el límite de lo que llamamos hogar y el resto del mundo. Nos mediamos entre ventanas, puertas, rejas, cortinas, muros; ropa, carros, lentes, máscaras, ideas; costumbres, acciones y palabras.
Tengo un conocido que sin problema deja su ventana abierta mientras está desnudo solo por el hecho de que "él está en su casa". Ese es un argumento que se posiciona fuertemente en contra la curiosidad de los gatos independientemente si se pierde una vida (premio o castigo). Pero la otra posición de los curiosos también es totalmente valida. Uno no solo se entretiene al viborear interiores, sino que de no ser por la brevedad que da el andar, el chismoso bien entrenado teje análisis antropológicos alrededor del entorno teniendo tiempo a su favor.
Pronto los calzones dejamos en el sofá o la botella de coquita, la disposición de los muebles, y el paisaje sonoro de nuestros sonidos corporales dan como resultado una red de significados: todo tiene una razón ritualista dentro de nuestros microcosmos. Así, podríamos decir que el intercambio entre aquella persona que está en bolas y ese vouyerista ocasional son igualmente entendibles.
El dejar la puerta abierta hacía el peatón es una declaración de identidad que es leída. Al nombrar las cosas, al darles propiedad, aquellos muebles donde uno vacía sus bolsillos al final del día no han hecho otra cosa que ser un archivo en movimiento. Y en el mismo sentido nuestra habitación, nuestra casa, el barrio, la colonia, el país, tu gremio, su trabajo, mis ideas...
Este pequeño texto es una introducción a ese fenómeno, ahora digital, ahora contigo.
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